¡Siempre con la nostalgia a cuesta! De esas que no te hieren ; de esas que no te matan. Es domingo y, aquí en la costa cantábrica no escucho el trinar de un triste gorrión. No son los mismos despertares que en los campos de la estepa Extremeña en Mérida. Ni el zambullirme en las aguas del pantano de Proserpina: una diosa griega en tierras que fueron del Trajano de Roma; que me entregaba amor todos los veranos en lugar de las primaveras.
O el despertar en En La Rioja que sin probar sus caldos de vino tinto afrutado, soy feliz con tantos trinos de jolgorio que tienen los gorriones -- entre los ramajes de los árboles--, plataneros. Les abro la fuente de latón de cuyo chorro fresco y cristalino cae el agua cantarina hasta llenar la Vieira Santiagista de hierro colado; a la vera de los fuerte muros de piedra porosa a la que el tiempo, la lluvia y el viento, la dejas horodadas.
... Acompañando de las notas de las aves tristes; con sabor en el alma a melancolía, como tenores calentando su voz. Pero, lo que más compungido me queda es el pecho, con las voces de mis hijos en su tierna edad al compás de tañer de las campanas de la gran y espigada iglesia de un pueblo de Extremadura que omito su nombre para no destapar, aún más mi morriña.
Y aunque mi vida la estoy acostumbrado a que mis fuertes espaldas soporten tantos avatares de medio siglo, sigo caminando y muchos días sin norte.
Antonio Valcárcel
Escritor en ciernes y poeta del sentimiento
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