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domingo, 2 de septiembre de 2012






No me castigues, amor, con la indiferencia o la discordia, es mejor que me digas que dejaste de amarme, que fingir que me amas, cuando tus besos son simples y fríos.
Y si me quisieras dejarías que mis alas crezcan plumosas para volar como
el pájaro de los trigales, déjame en la soledad de las amapolas, entre la música de los grillos cantores y las cadenas aceradas, pero nunca jamás me enseñes la tijera amenazándome con cortarme las dos alas.
Déjame en la soledad del campanario, en aquel que ya no tañen las campanas. En aquel que no tocan a difunto…Búscame donde transcurre el río al igual que la vida, o las venas de mis cauces que forman mares de ríos, rojos y de sangre.
Déjame a sólas entre los pasillos de los hospitales, con el dolor del alma a cuestas con todas las llaves del viejo sereno que murió anunciando las horas muertas de los sueños desoñados, porque todo lo que se sueña ya ha sido soñado. Soñé que te soñaba entre sábanas almidonadas, perfumadas con rosas celestiales, moja tu pezón con la miel de las mieles de las colmeneras, de las almas en pena, de la pena sin alma, del soñar sin sueño de aquél sueño que te soñaba rubia y blanca y azulada tu mirada como el raso del cielo finito e infinito, incluso finiquitado de tanto beso falso que me has dado.

A.Valcárcel

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